Freedom

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viernes, 13 de marzo de 2015

No lo pienses ni un segundo.

Y ahora corre, gilipollas. Sal de casa, no te cojas las llaves, ¿para qué?. Coge la cartera, que la cosa no está barata para ir mendigando. Plántate en la estación y coge el primer tren que encuentres. “Qué le digo”, “Qué hago”, “No tendría que haber hecho esto”, ‘Tendría que haber dicho que SÍ’. Quítate esas mierdas de la cabeza, los viajes en tren están hechos para poner los pies en el asiento de enfrente y que el revisor te eche la bronca. Para ir escuchando vuestra canción favorita. Para quedarte dormido en el hombro de la viejecita de al lado. Espera a que se abran las puertas y vuelve, vuelve a correr, maldito gilipollas. Esquiva a la gente, ábrete paso, empújala si hace falta, que se jodan, ellos no tienen tus ganas, ellos están muertos por dentro. Qué sabrá toda esta gente del amor. Llama a su timbre, pues claro que no puedes esperar. La puerta está abierta, sube las escaleras de tres en tres, tropiézate si hace falta. Haz ruido, mucho ruido, tienes una puta filarmónica en el pecho y no te da la gana de callarla. Allí está. Mirándote. Atónita. Qué guapa está. Cógele la cara con las manos y cómele la boca. Cómesela como si llevases meses sin desayunar. Con ella.

Eso es lo que ella piensa que harías, lo que estaría bien hacer.


Pero lo que haces de verdad es muy diferente. Te quedas mirando esa pantalla del móvil, esa conversación en la que lo único que haces bien es escribir las tildes para quedar serio. No arriesgas. Y quien no arriesga no gana. Y tu la acabas de perder. Acabas de perder aquella chica a la que conociste por casualidad y la que te dio ganas. ¿De qué?, de lo que sea, pero te hizo avanzar.

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